miércoles, 11 de junio de 2014

Olor a dolor en el café.

Ella se paseaba las veinticuatro horas del día enredando su pelo con el dedo índice. Eso le calmaba, hacía que no perdiera el norte de sus pasos indecisos. Nunca se la veía sonreír, pues cabe decir que siempre iba con su larga melena negra azabache tapándosela. Era medio misteriosa, medio por que solo una mitad la acompañaba. Estoy segura que su otra mitad se perdió hace mucho tiempo, porque si no ¿Quién explica esos ojos tan vacíos?

Lucía bellos tacones, su ropa siempre tan oscura como la sombra que le perseguía hiciera o no sol. Siempre de negro, lo único que destacaban eran los zapatos, siempre tan llamativos ¿casualidad? ¿O solo era confusión?


Cada noche tomaba un café con hielo, bien cargado, bien amargo, como el dolor que corría por todas sus venas (esas que a veces cortaba para sentirse mejor). El dolor físico ya no existía. Ha esa mujer un día la decepcionaron todos, absolutamente todos, se quedó con lo puesto, con un corazón lleno de moratones y sin un hombro donde llorar. Su mente nunca salió de ese juego macabro, todas las noches con los mismos sueños, quizás le daba miedo afrontar la vida real. Quizás para ella era mejor verlo todo blanco y negro. A veces los colores dañan la vista.


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