Ella se paseaba las veinticuatro
horas del día enredando su pelo con el dedo índice. Eso le calmaba, hacía que
no perdiera el norte de sus pasos indecisos. Nunca se la veía sonreír, pues
cabe decir que siempre iba con su larga melena negra azabache tapándosela. Era
medio misteriosa, medio por que solo una mitad la acompañaba. Estoy segura que
su otra mitad se perdió hace mucho tiempo, porque si no ¿Quién explica esos
ojos tan vacíos?
Lucía bellos tacones, su ropa
siempre tan oscura como la sombra que le perseguía hiciera o no sol. Siempre de
negro, lo único que destacaban eran los zapatos, siempre tan llamativos
¿casualidad? ¿O solo era confusión?
Cada noche tomaba un café con
hielo, bien cargado, bien amargo, como el dolor que corría por todas sus venas
(esas que a veces cortaba para sentirse mejor). El dolor físico ya no existía.
Ha esa mujer un día la decepcionaron todos, absolutamente todos, se quedó con
lo puesto, con un corazón lleno de moratones y sin un hombro donde llorar. Su
mente nunca salió de ese juego macabro, todas las noches con los mismos sueños,
quizás le daba miedo afrontar la vida real. Quizás para ella era mejor verlo
todo blanco y negro. A veces los colores dañan la vista.
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