Los cortes eran menos dolorosos que ponerse horas en frente
del espejo. Horas delante de un cristal que solo mostraba imperfecciones,
obsesiones.
Cada noche entraba a oscuras en el baño, corriendo para
encender el agua caliente y así el cristal se empañaría. No quería toparse con
nada más que una silueta casi invisible. Quitando cada prenda cómo si fuera el
peor de los trabajos. Después se subía en la báscula, y cada quilo perdido era
una victoria y una tortura, por querer más. Nunca sería suficiente.
¿Por qué te ríes de los demás? ¿Para sentirte mejor? No.
Sólo quiero olvidarme de que cualquiera de esos cuerpos es mejor que el mío.
Golpes, esperaba golpes y color violeta por todos lados.
Juro que eso era más placentero que toparse con su yo más real.
Las manos eran diseñadas para tocar otros cuerpos, cuerpos
deseados. Pero que jodido cuando otro contacto la repasaba.
-Cállate. –Le decía a su subconsciente.
Que yo me olvide de hacerlo.