No oscurece en su interior, la
sonrisa, a veces, se le escapa sin querer. No estaba acostumbrada a sentir
mariposas, pensaba que todas se habían escapado o escondido. Así que cada vez
que sus labios hacían el intento de torcerse, se la tapaba, con su pelo
negro.
Le daba miedo decir que empezaba a ser feliz. ¿Felicidad? Tampoco estaba
segura de que era aquello, pero de lo que estaba segura, es que no era muy
diferente a aquello que sentía cada noche cuando abrazaba su peluche y se
imaginaba mil caricias, en diferentes estaciones de tren.
Un día anhelo abrazos que nunca
supo cómo serían, ahora ansiaba con fuerzas que su piel volviera a tener
contacto. Meses atrás sonreía detrás una pantalla tras un te quiero, pero sus
oídos no podían aguantar no escuchar una
voz rota, diciéndole lo mismo.
Seguía con ojeras,
pero más bonitas. Las de tiempo atrás eran muy grises, preguntándole a saber
qué, por qué ella siempre estaba en segundo plano, por qué le hacía daño algo que
quería de esa manera tan extraña. Hoy, mientras se miraba al espejo, vio unas
leves ojeras violetas, pero… esas no importaban, eran horas de sueño quitado a
causa de soñar despierta con un reencuentro.
No le importaba tener una de cal
y otra de arena.
Ahora era suya.