martes, 25 de noviembre de 2014

Y perdonarme.

Quiero ordenar esté desastre, mi desastre. El caos que decidiste dejar cuando marchaste, cuando nos separó la puerta, la parada de bus, la distancia. Arrancar trocito a trocito de mi piel, eliminando lunares, cicatrices y ser como una serpiente. Cambiar de piel y así no encontrar rastro de tus huellas. Y es gracioso, porque cada vez que mi mente se pasea la ligera idea de hacerlo, mis brazos se protegen de cualquier acto para olvidarte, olvidarme, olvidarnos. Y me encadeno de nuevo, me siento en el rincón más oscuro de la habitación y doy gracias que desde mi ventana no pueda observar el cielo.


Espero poder perdonarme algún día, perdóname. 


lunes, 17 de noviembre de 2014

Semanas.

Te pido cada invierno para reyes, atrapando mi ‘Peter Pan’ interior. Sigo buscándote, sigo encontrándote, cualquier lugar es bonito para recordarte, para imaginarte, para perder(me).

Pasé de no querer mirar ningún espejo, a pararme en cualquier retrovisor de coche y ver mí reflejo, te encuentro en cada lunar, cada poro;
Cada centímetro de mi piel, arde al recordarte.

Los domingos empiezo a explicarle al ¿corazón? No estoy del todo segura a qué o quién se lo cuento, pero le digo que empiece a olvidarte, de nuevo. Olvidarte para empezar a recordarte el lunes. Y odiarte el martes.

El resto de los días no es que los pasé pendientes de ti, sólo que la maldita música cae como gotitas de agua  y traviesa mi ventana. Entonces quiero volver a meterme en la cama y que estés en ella. Y joder, no estás. Ya no estás.  Con la tontería ya me paso toda la noche del miércoles llorándote, y el jueves no quiero que nadie se de cuenta de mis ojeras, así que intento renunciar a cualquier tipo de emoción, de explicación. 

El viernes, por la persiana empiezan a entrar pequeños rayos de luz, el sol, eso me da vida. Intento arreglar todo el desastre, dejar el caos, dejarme a mí de lado, por ti. Y ahí empiezo a emborracharme, a sonreír, a saltar, evadirme, no existo yo, así que tú tampoco. Me prometo que seré feliz, que está es la buena, que ya no tropezaré con fotografías o cartas borradas por lágrimas. Y ahí me tienes, el sábado de resaca, diciendo, está es la última vez.




La última vez para empezar otro domingo, otra depresión, el circulo, tú y yo, y que ya no pueda escribirlo junto.


martes, 4 de noviembre de 2014

Ya no quedaba rastro de mi loba.

Ya no quedaba rastro de mi loba. Todo lo que un día fui, se esfumo, se consumió con el último incienso de vainilla que encendí para deshacerme de las malas energías.

El tocador lo cambié de habitación. El pintalabios se convirtió en una sombra de ojos, barata. Ya no usaba zapatos de charol, me paseaba las horas por casa, descalza, para irme tropezando con cada esquina, con cada borde de cualquier mueble. Cambié el café caliente, por uno helado, el humo jugaba demasiado con las formas que creaba.

Ya no hay aullidos silenciosos, ahora mis gritos son desgarradores, mi voz a veces se ronca, se quiebra, sobre todo cuando paso por delante de cualquier espejo y de pasada, me da por encontrarme.



Ya no encontrarás ‘mi loba’, entre las líneas.
Mi autodestrucción la controle, ahora quiero un respiro.
Me pondré una capa de piel de cordero y sonreiré, mucho;
Cómo si lo hiciera de verdad.

                                                                                                            de verdad…