Ya no quedaba rastro de mi loba.
Todo lo que un día fui, se esfumo, se consumió con el último incienso de
vainilla que encendí para deshacerme de las malas energías.
El tocador lo cambié de
habitación. El pintalabios se convirtió en una sombra de ojos, barata. Ya no
usaba zapatos de charol, me paseaba las horas por casa, descalza, para irme
tropezando con cada esquina, con cada borde de cualquier mueble. Cambié el café
caliente, por uno helado, el humo jugaba demasiado con las formas que creaba.
Ya no hay aullidos silenciosos,
ahora mis gritos son desgarradores, mi voz a veces se ronca, se quiebra, sobre todo
cuando paso por delante de cualquier espejo y de pasada, me da por encontrarme.
Ya no encontrarás ‘mi
loba’, entre las líneas.
Mi autodestrucción la
controle, ahora quiero un respiro.
Me pondré una capa de
piel de cordero y sonreiré, mucho;
Cómo si lo hiciera de
verdad.
de verdad…
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